lunes, 29 de diciembre de 2014

Era igual.

Nos amábamos, sin embargo nos perdíamos en el silencio de nuestra compañía. 

Como si el uno no fuera suficiente  para el otro.

Ni el agua salada, ni el momento, ni el mar, todo se volvía un flashback, un deja vu, una ruleta constante.

Ese vacío incomodo que nos incomodaba, nos separaba  a los dos.

Se repetía la misma historia una y otra vez. Repetía el patrón, encajaba en su perfil.

Y yo, como masoquista, un estado de conformidad o quizá de comodidad.

Disfrutaba de su silencio y de su indiferencia fatal.

Volví a ese lugar, a ese nido.

Quizá por el deseo de repetir aquella historia, la misma historia, completa.

El comparar y descartar, el personificarlo en ese cuerpo, en ese color, ese pelo, su mirada perdida, desesperada.

Y vuelvo a ser esa que no puedo llamar yo, esa doncella. La que vive atrapada en la torre, la que baja a cantar al lago, la que busca consuelo en el bosque oscuro, tenebroso, indescifrable.

Agradecida por la  inspiración, la musa tenebrosa de su mirada,  de su dolor.

Repitiendo la historia, o buscándola repetir.

No sirvieron los  años ni los días. No sirvió la tristeza, las recaídas, ni la recuperación.


Y vuelvo a ser esa que no puedo llamar yo.

1 comentario: